Existiríamos el mar de Belén Gopegui

Novela coral sobre la amistad.

Me gusta mucho Belén Gopegui. Leerla me transporta a otra manera muy distinta a como estoy acostumbrada de «leer» el mundo por mi cuenta y por ende, a mirar el mundo en la literatura. Sus libros siempre tienen un punto de revolucionario, de lucha, pero pacífica. También puedo sentir en ellos ese punto de timidez que la caracteriza. Me viene a la cabeza aquello que el filósofo Josep Maria Esquirol (al que algún día reseñaré) dice de la «resistencia íntima». Pues diría que los personajes de esta novela, cinco jóvenes no tan jóvenes de cuarenta años que comparten piso y vida, sufrientes por la precariedad que les rodea, por unas cirscunstancias agravadas además por la pandemia, se resisten a tirar la toalla y dejar de creer en las cosas bonitas. A parte de ellos mismos, los protagonistas son los lazos que trazan: la amistad, el amor, la solidaridad y la posibilidad de creer -y de crear- un mundo mejor para todo el mundo. Esas posibilidad empieza cuidándose uno mismo, (cosa cuestionable cuando tienen que trabajar tantas horas para sobrevivir y no tienen tiempo para pensar, crear o relacionarse) y cuidando a los que tienen a su lado; esos seres, no tienen por qué ser los hijos o la pareja, como parece que uno tiene que vivir con cuarenta años. No. En la literatura de Gopegui siempre hay un posicionamiento radical hacia lo alejado de la norma (a veces incluso mejor porque hay cuestionamiento) y en este libro aparecen un montón de reflexiones sobre la condición humana:

Amor o miedo, apetito o dolor o melancolía, todo tiene muescas. La vida no es siempre diligente. Lo ideal necesita de la materia para ejercerse y la materia tiene sus quebraduras, los cuerpos envejecen, tosen, los ánimos oscilan, la superficie de los hechos es rugosa madera sin lijar. El tiempo huye, las ramas de los almendros florecen y se secan, se quiebran o dan fruto, y no hay un estado que sea el verdadero y otro sobre el que pueda pasearse de puntillas, todos cuentan en el viaje de la vida hacia la muerte. La chapuza vital reúne, por ejemplo, las cosas que hubieran sido necesarias, pero que no llegan a saberse a tiempo.

Cuando Gopegui presentó, hace un par de meses, este libro en mi ciudad fui a escucharla y a (ad)mirarla; siempre es un placer para mí y una emoción muy grande porque me parece una persona completamente desprendida de ego y de vanidad. Ella escribe lo que ve con una amorosa mirada y trata de aportar luz a lo que las personas normales no vemos, al menos, no de una manera tan nítida.

Este libro narra las aventura de cinco personas que rondan los cuarenta y viven juntos en el centro de Madrid. Jara, que lleva en paro muchos meses, decide fugarse y «romper» con esa telaraña, que, sin decirlo claramente, cree que les pesa a todos. Como es lógico, siempre que se mueve un elemento de algo sólido, el resto también se mueve. De eso va esta novela. Los demás parecen aceptarlo pero al cabo de unos días y después de hacer una serie de indagaciones deciden irla a buscar.

Me parece ante todo una oda al presente, pero también, y como el mismo título indica una ilusión, una posibilidad de cambio, un horizonte. Es una oda al presente con sus más y sus menos y sobre todo a los lazos de amistad, a la vida urbanita en una ciudad agresiva y huraña, donde el capitalismo campa a sus anchas en los mínimos detalles y todavía quedan espíritus románticos que lo combaten.

No he olvidado lo que sé, que no puedo esperar llenar con una sola persona el vacío de algunos momentos de la vida, por más que compartir la vida con otro ser humano sea algo alucinante. Compartirla, sí, pero ahora lo sé, no con un solo ser humano. La pirámide de amor no es una solución, alguien por encima, sosteniéndose sobre un solo pie sobre el absurdo pico reservado para el único, la única, y luego, debajo, otras personas. No. Se trata de tener a un puñado de gente y que te quieran si pueden, y apoyarse así.

Me ha gustado, sí, y ahora que han pasado unos días, creo que más de lo que imagino. Reconozco que me ha costado tiempo leerlo, pero no he querido dejarlo. No estoy acostumbrada a este tipo de libros, de historias en las que no hay una única trama sino muchos frentes abiertos. Al mismo tiempo, es agradecido, porque la vida es un poco así, con mil frentes abiertos, ¡al menos, la vida que yo llevo ahora! Tal vez si la hubiera leído en otro momento más sosegado, sin trabajo ni otras lecturas colindantes, la hubiera disfrutado más. Puede ser. No tengo ningún problema en abandonar libros si no me gustan o no me enganchan. No era el caso. A veces me obligo a seguir la lectura porque sé que, en según que autores, subyacen capas a las que, si abandono, no llego. Y a esta autora hay que leerla, explorarla, para entender y tal vez algún día atreverse, a funcionar de otra manera.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *