Diario de una mujer que narra la enfermedad de su madre.
No sé qué tiene esta autora que libro que cae en mis manos, libro que devoro en dos sentadas. Bueno, sí que lo sé y lo admiro soberanamente: primero porque la mayoría de sus libros son cortos, cortísimos, y están bastante fragmentados, lo cual da espacio para el silencio. Y segundo y más importante, porque todo lo que en ellos cuenta es desgarrador y está dotado de esa sinceridad incómoda que tanto nos gusta, aunque nos cueste reconocerlo.
Dicen algunos expertos que todo aquello que incomoda toca una parte de ti, sea porque esa parte o algo relacionada con ella también está activa, sea porque tienes el mismo problema. Pues no estoy nada de acuerdo, aunque bien puede ser, claro está, al fin y al cabo todo lo que nos pasa a los humanos con un estilo de vida similar se asemeja. La mayoría de estos expertos, al menos los que yo he conocido, son hombres que carecen de esa maravillosa capacidad que es la empatía. Digo todo esto porque lo que se narra en esta novela a mí no me ha pasado en primera persona y por suerte, pero soy perfectamente capaz de ponerme en la piel de la narradora, que es la misma autora, sentir con ella, llorar con ella y mirar como ella.
Ernaux escribe un diario durante los meses y años que su madre, enferma de Alzheimer, está ingresada en un residencia de personas mayores. Ella va a verla a menudo, todo lo que puede, y cuando regresa a casa se pone enseguida a escribir, presa de la emoción contenida durante la visita y a un ritmo casi telegráfico.
Mi madre pierde el color. Envejecer es perder el color, hacerse transparente. Zacharie el gato tampoco tiene color, a sus doce años. Hoy se imagina que hay gente en la habitación: «No te preocupes, son clientes, se irán dentro de cinco minutos, la mitad no paga». Sus palabras de antaño, nuestra vida.
La viejecita de al lado se ha ido, sus armarios están vacíos. No me atrevo a preguntar dónde está.
Lo que más me fascina es esa manera de contarlo todo, esa libertad absoluta para hablar de cualquier cosa, de cualquier detalle, da la sensación de que escribe sin pensar en quién puede leerlo después y mucho menos en lo que van a pensar de esa narrativa. Me encanta que se pase por el forro a la crítica literaria y me encanta que se publiquen novelas (¿novela?) así. Para mí está escrito desde el respeto y la verdad, la verdad de lo que supone el ver y vivir el deterioro de una madre hasta la desaparición, sin recrearse en la dureza ni en el dolor. Veo un perfecto equilibrio narrativo entre la crueldad y la ternura.
Todo se va haciendo más difícil, angustioso. Cuento la infancia, la adolescencia de mi madre, la veo en mi cabeza, la fuerza, la belleza, el calor. Y la encuentro como hoy, dormida, con la boca abierta, desencajada. Necesito gritar: «¡Soy yo, mamá!» Las dos imágenes no pueden coincidir. Y ya me he puesto en marcha, en mi escritura, hacia el momento en que estará así en esa silla de ruedas. Pero si ya no estuviera aquí, si la vida fuera más aprisa que la escritura… No sé si es una tarea de vida o muerte lo que estoy haciendo.
Al final, llama la atención esa honestidad espeluznante cuando la autora reconoce que no quiere releer lo ya escrito por no enfrentarse de nuevo a lo vivido, por lo recordarlo. Dicho juego dota de verosimilitud al relato.
Novela corta cuyo poso permanece mucho tiempo.