Una historia fresca de amor moderno con reminiscencias cervantinas
La historia arranca con Lola, una maestra de escuela, algo tímida que no ha tenido demasiada suerte en el amor. Le cuenta a sus amigas su planes de verano y quedan en volver a verse en septiembre, después de las vacaciones, que las piensa pasar viajando. En estas, en la estación de Sants de Barcelona se cruza con Clara, una médica leridana dispuesta a irse a Tailandia. Parece que entre ellas se produce una especie de flechazo. Lola pierde su diario y por error va a parar a la bolsa de Clara, que finalmente no puede viajar a Tailandia porque su padre se ha roto una pierna y decide hacerse cargo del hostal que regenta su padre en Boí, un pueblo pirenaico tan bello como turístico. Ella y su hermano Julio leerán el diario y se enamorarán de esa chica reflexiva, cautelosa y un tanto alocada. Paralelamente, el hostal está hasta los topes durante el mes de julio y las ayudantas que tienen fallan, así que Clara le comenta a Lola si quiere ir a echarles un cable lo que queda de verano. Lola acepta. Clara y su hermano Julio descubren que el diario que apareció en el bolso de Clara en realidad no era, como creía, de otra chica con la que chocó en la estación, sino que pertenece a Lola. Se las ingenian para devolvérselo, ante lo cual Lola lo vive como un milagro. La amistad entre Clara y Lola se afianza. A ratos crees que entre ellas hay algo más que una bella amistad y tienes ganas -al menos a mí me ha pasado- de que se enrollen.
Ya en el valle, Lola conoce a Ares, una guía turístico de la zona que había sido pareja de Clara años atrás. Hay una serie de casualidades y cruces que hacen que finalmente las dos amigas del pasado se encuentren y puedan enmendar los malentendidos que las separaron. Este es uno de los temas pilares de la novela: cómo los malentendidos puede influir en la vida de una persona, cómo puede convertirse algo que alguien ha imaginado en una verdad inquebrantable. Por suerte, Clara y Ares están dispuestas a tragarse el orgullo y hablan de todo, recuerdan y se dicen las cosas tal cual las vivieron ambas, con sinceridad, y se dan cuenta que entre ellas todavía saltan chispas, pero no de crispación. Lo más interesante es que cada una asume su parte de responsabilidad y sabe muy bien dónde se encuentra. Deben decidir si retoman o si comienzan, aun conociéndose como se conocer. En realidad, se reconocen.
Es una novela de reencuentro. Y también un retrato de amistad.
Lo que más me ha gustado es que Sampietro explora perfectamente el mundo femenino: amigas que conversan largamente, que profundizan en las cosas, que se escuchan, se consuelan y se ríen juntas. La amistad es muy importante y esto se nota en cómo todas las mujeres que aparecen cuidan a quién tienen a su alrededor. Es una novela que visibiliza los cuidados, pero no solo, también pone en relieve la exploración, la diversión y el empoderamiento de las mujeres de distintas maneras. También es una novela valiente porque explica de una manera muy natural una historia romántica entre dos mujeres, sobre cómo hicieron en su primera juventud para salir del armario y cómo lo vivieron sus respectivas familias. Las madres lo encajan perfectamente y se unen para ayudarlas en ese mundo de estructura patriarcal, en que la homosexualidad, sobre todo la femenina, no está todavía reconocida. Desgraciadamente, una de las madre muere y la hija se queda «sola» con el padre, de corte tradicional y poco dado a evolucionar.
Es muy interesante la manera como Sampietro retrata con minucia ese universo femenino, lo confronta al masculino como el que no quiere la cosa, a través de la figura de Tomás, el patriarca de la familia y de Julio, el canalla, mujeriego que «juega» con las mujeres y que vivirá un chasco: el rechazo de una de las chicas que corteja. No en vano, Julio nos parece un personaje divertido del que reconocemos que podríamos caer rendidas en época de juventud, pero no como pareja estable. Aquí hay una evolución: la mujer elige y no es elegida.
La narración es muy ágil, aparecen muchos diálogos y se ven claramente todos los personajes, todos los escenarios. La autora tiene un manejo magistral de la pluma. Es una novela para leer con mucho tiempo, ideal para las vacaciones. No la veo solamente como una lectura de género, aunque no proliferen muchas novelas de lesbianas, no me parece que sea una obra que solo pueda ser leída por lesbianas, o bisexuales, ni mucho menos. La literatura está hecha para todo el mundo. A mí me ha recordado al Quijote, que va intercalando historietas a la trama principal, también por ese gusto por el detalle.
Se nota que la escritora es filóloga de formación y de corazón, porque se recrea con las palabras, muestra un uso muy preciso del lenguaje, presenta mucha riqueza léxica, en vocabulario, expresiones, registros y esto ameniza mucho la lectura. Debo reconocer que a ratos se me ha hecho un poco larga, pero no por la novela en sí, que está muy bien escrita, sino porque como voraz lectora del siglo XXI, no estoy acostumbrada a esos largos pasajes narrativos y descriptivos. Salvando las distancias, no solo me ha recordado a la prosa de Cervantes sino también a la Proust, autores a los que leí en mis tiempos mozos y a los que siempre resulta agradable -y necesario- volver.
En definitiva, me parece un libro muy sensorial, inteligente, bien condimentado, cocido a fuego lento y a conciencia. Con mucho amor. Eso se respira y se huele. Conociendo a la autora no espero menos de ella, mujer que ama las palabras y la vida en todas sus dimensiones, mujer que siempre es un canto positivo a todo lo que venga.